discursos discriminatorios

¡No más discriminación! Trazando límites entre la libertad de expresión y los discursos discriminatorios

  • Los discursos discriminatorios son la segunda forma de discriminación más común hacia la población LGBTIQ+ en el país. Desde el Observatorio Venezolano de Violencias LGBTIQ+ se analizó con tres expertas el contexto que enfrentan las personas LGBTIQ+ en el país y el cómo estos comentarios pueden afectar a corto y largo plazo a las personas de esta población y su desenvolvimiento en la sociedad

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Una de las formas de violencia que enfrentan las personas LGBTIQ+ en Venezuela y el mundo son los discursos de odio, promovidos en muchos casos por grupos antiderechos, figuras públicas o personas que desconocen las realidades que atraviesa esta población. Solo en 2022 el Observatorio Venezolano de Violencias LGBTIQ+ (OVV LGBTIQ+) documentó 22 discursos con lenguaje discriminatorio emitidos por funcionarios o figuras públicas y en el primer cuatrimestre de 2023 registró otros 20 casos.

En el resto del mundo la situación no es distinta. De acuerdo con la consultora Llorente y Cuenca (LLYC), los discursos de odio en España, uno de los países pioneros en derechos para la población LGBTIQ+, incrementaron un 130 % entre 2019 y 2022, indican los resultados del análisis de 12 millones de mensajes y 790.000 perfiles de X (Twitter). El Informe Discurso de Odio y Orgullo LGBTIQ+, presentado a mediados de 2023 por la consultora LLYC, deja ver que en países como México, estos discursos incrementaron un 40 % en los últimos cuatro años. Ecuador (61,33 %), Chile (50,76 %) y Perú (50, 13 %) son los países con mayores discursos de odio en la región, señala el informe.

“La Libertad de expresión, aunque es un derecho humano, tiene algunos límites que la gente suele ignorar cuando hace algún pronunciamiento. Generalmente estos límites van más asociados a temas de seguridad nacional y secretos de Estado, pero también hay una dimensión importante y es cuando las opiniones, expresiones, pronunciamientos o discursos afectan la dignidad humana, alientan la estigmatización o hacen apología al odio”, señala la periodista, defensora de derechos humanos y parte del equipo de la organización Acceso a la Justicia, Misle González.

Es allí donde se empieza a trazar la línea entre la libertad de expresión y los discursos de odio. Para la experta, toda expresión transmitida de manera oral o escrita se convierte en discurso discriminatorio cuando se difunden comentarios peyorativos, se incita a la violencia o la discriminación hacia un grupo específico de personas por motivos de género, orientación sexual, identidad o expresión de género, discapacidad, etnia e incluso religión.

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El rol de la sociedad y el Estado ante los discursos discriminatorios

González señala que el normalizar los discursos de odio es peligroso, pues a través de ellos se justifica y fomenta la violencia, la división social y se promueven la discriminación. Explica que si quienes replican o expresan estos discursos son personas que ejercen una función dentro del Estado, se convierte en una una violacion a los derechos humanos, pues se le niega la dignidad de las personas y les afectan su desenvolvimiento en la vida pública. 

“Cuando se habla de la comunidad LGBTIQ+ es desde los estereotipos y de la hipersexualización o peor aún, no se habla. De esta forma el discurso de odio está construido para violentar a la comunidad desde una construcción de su identidad, que los niega, los hipersexualiza y los excluye. Por eso es tan importante cuando las personas LGBTIQ+ transforman esas narrativas para identificarse a sí mismas desde otra carga valorativa”, dice Verónica Chópite, socióloga y parte del equipo del Observatorio de Juventudes Venezuela (Objuve).

La socióloga indica que los discursos contribuyen a construir la realidad y aunque tienen sus limitaciones naturales, tienen una capacidad propia para identificar algo. En ese sentido, si la opinión pública se basa en discursos de odio naturalizados, estos terminarán moldeando la conducta e identidad social.

Misle González comenta que existe una política sistemática asumida por altos funcionarios del Estado en dar lugar no solo en espacios de poder, sino en medios de comunicación y otros espacios a sectores de la iglesia evangélica y grupos conservadores. De hecho, indica que la organización Espacio Público alertó en su último informe el aumento indiscriminado de concesiones de radio a grupos religiosos evangélicos.

La periodista también alerta que cuando se lleva a la opinión pública casos relacionados a la comunidad LGBTIQ+, funcionarios públicos suelen realizar comentarios estigmatizantes, sin mostrar interés en garantizar el derecho a la igualdad o promover el acceso a la justicia. En su lugar, el sistema revictimiza a las personas afectadas.

“El caos y los múltiples eventos que suceden en el país son caldo de cultivo para la desinformación y allí los grupos anti derechos son expertos difundiendo bulos, rumores e imponiendo matrices. Si a esto le sumamos, fuera de línea, que la precariedad y la necesidad crean una lógica de supervivencia donde la prioridad no es informarse, surge otro desafío y es que esta situación es aprovechada por grupos de poder, que bajo dinámicas de asistencialismo condicionan esas ayudas a la identificación de las personas con sus principios o dogmas”, completa González.

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El impacto psicológico de los discursos de odio y cómo protegerse

Khinverly Marrero, psicóloga del Observatorio Venezolano de Violencias LGBTIQ+ (OVV LGBTIQ+), comenta que para entender los discursos de odio hay que comprender el prejuicio, que es un juicio de valor que se realiza sobre una situación o una persona sin tener una verificación de los hechos. A veces estos prejuicios son peyorativos y, desde el desconocimiento profundo de las situaciones, se emiten estos discursos o prejuicios que terminan siendo discursos de odio o discriminatorios y terminan excusándose con que son opiniones. 

“En Venezuela hay mucho desconocimiento, una doble moral sobre muchos temas que terminan siendo tabú, sobre temas que deberían manejarse de otra forma y terminan siendo como muy bien vistos socialmente, sostenidos por el machismo, el heteropatriarcado”, subraya Marrero.

La psicóloga explica que desde los discursos de odio se violenta psicológicamente a las otras personas. También se puede generar ideación suicida, depresión, ansiedad o que la persona se sienta mal consigo misma, que el autoconcepto de la persona se vea afectado. El impacto puede ser tanto a largo, como a corto plazo y se agrava de acuerdo al tiempo al que estén expuestas estas personas a la situación de violencia psicológica.

“No son expresiones inofensivas. Los discursos de odio generan un clima hostil y promueven la idea de que algunos grupos merecen menos respeto y consideración que otros. El peligro de la trascendencia de estos discursos radica en que pueden incitar a comportamientos violentos y discriminatorios contra grupos específicos, lo que puede resultar en daño físico, emocional y psicológico a las personas. Contribuyen a la creación de brechas en la sociedad, lo que impide el diálogo y el entendimiento, tan necesario en las sociedades democráticas”, expresa Misle González.

La periodista invita a identificar este tipo de discursos y dejarlos en evidencia. Cuando se trate de redes sociales, donde existe la posibilidad del anonimato, trolls o bots, señala que es “una batalla perdida” y que “no hay que hacerle caso”. Si el discurso de odio lo está mencionando o pronunciando un ciudadano común, comenta que es el deber de quienes están sensibilizados con estos temas argumentar y responder adecuadamente desde el respeto, sin confrontar. Se sigue la misma línea cuando se trata de funcionarios o de trabajadores públicos, ya que hay que hacerles contraloría ciudadana y denunciar. En algunos casos esto puede aplicar como violación de derechos humanos.

“Entender que el discurso de odio no es una opinión, implica un proceso de desconstrucción que puede resultar muy complejo porque eso pasa el entender que se está refiriéndose a un sujeto de derechos que requiere ser reconocido por el Estado. Ello significa un problema público y, por ende, político. Entender que los derechos de la comunidad LGBTIQ+ son derechos humanos es una idea muy radical, más aún en un contexto autoritario”, añade Verónica Chópite.

Marrero destaca que es importante tener espacios seguros, con amigos, familiares o personas de confianza, para poder resguardarse de estos discursos de odio e ir a terapia para fortalecer el autoestima y autoconcepto. González invita a hacer uso de todos los espacios posibles, ya sea en pódcasts, haciendo murales, hablando en radio, asambleas o marchas para educar y sentar una postura clara en contra de la discriminación hacia grupos vulnerables internacionalmente reconocidos, como la población LGBTIQ+.

“Creo que desde el enfoque de derechos humanos hay muchas potencialidades. Entender esto es un problema de derechos es el primer paso. Sin embargo, esto es complejo porque en Venezuela hay una crisis histórica de derechos humanos generalizada, aunque vivimos una democracia robusta, también experimentó muchas violaciones de derechos humanos sistemáticas.  En general creo que está conversación compleja exige mucha creatividad para hacerla potable y que no se conciba desde la abstracción. Sobre todo entre jóvenes, porque si se han criado en un único contexto, eso puede significar que pueden naturalizar muchas prácticas”, concluye Verónica Chópite.

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