Lleca abrió sus puertas hace un año en Ciudad de México. Aquí mujeres trans se autoemplean, sirven las comidas y dan la bienvenida a quienes necesitan un plato de comida caliente.
Este comedor comunitario está ubicado en la calle de Rossini número 2 de la colonia Peralvillo en la Ciudad de México, quienes llegan al comedor saludan a las muchachas que atienden y se registran en unos formularios. Sirven para registrar quienes solicitan este servicio, cuántas comidas se reparten día a día. Por ahora el comedor comunitario lleva cien comidas.
“Este comedor es una respuesta comunitaria a los cuidados que el Estado no tiene con nuestras poblaciones. Somos nosotras las que hacemos estas propuestas que vienen de los cuidados colectivos. Y si bien este comedor surge por un programa del gobierno, somos nosotras las que le damos este enfoque a través del trabajo comunitario que venimos haciendo”, comenta Victoria Sámano, fundadora de Lleca, a la Agencia Presentes.
Lleca, como organización surgió hace cuatro años, cuando la defensora de derechos humanos y trabajadora sexual Victoria Sámano abrió las puertas del departamento donde vivía para dar refugio a personas LGBTIQ+. Eran, sobre todo, hombres gay y mujeres trans en situación de calle, más expuestes frente a la pandemia.
Lleca es el primer comedor gestionado enteramente por mujeres trans que además se autoemplean.
En la Ciudad de México también está Manos Amigues, un comedor comunitario que nació durante la crisis por Covid-19 para hacer frente a las violencias específicas que atravesaron algunas personas LGBTIQ+, en especial juventudes y trabajadoras sexuales.
Casa Lleca es el primer refugio para personas LGBTIQ+ en situación de calle o en riesgo y nació como respuesta a la falta de espacios seguros para estas poblaciones.
En Venezuela no existen refugios donde personas LGBTIQ+ en situaciones de violencia y vulnerabilidad puedan resguardarse o pasar la noche. Lo más cercano a esto es el Centro LGBTIQ+ de Mérida, que ofrece servicios de atención y acompañamiento a este grupo. Cuando el centro abrió sus puertas, en mayo de 2021, notaron que había demanda de lugares de este tipo, especialmente en aquellas personas que son expulsadas de sus hogares a razón de su orientación sexual o identidad de género.
En México y otros países de la región sí hay avances significativos en esta materia, especialmente, cuando estas políticas provienen del Estado. Por ejemplo, Casa Lleca ha dado refugio a una decena de personas y hoy viven allí cinco mujeres trans. La más joven tiene 25 años y la mayor 57.

En Casa Lleca cubrían las necesidades más básicas: hogar, alimentación y baño. Pero había una cosa que se se les salía de las manos y era el trabajo. Algunas de las beneficiarias salían a pedir empleo y notaron lo difícil que era por el rechazo a su identidad de género, por su edad o por vivir en un albergue. Entonces, decidieron entrar al programa de comedores comunitarios con el objetivo de que sea algo que pudieran gestionar entre ellas y sobre todo para darles empleo.
Victoria Sámano, fundadora de Casa Lleca, cuenta que el proceso para abrir el comedor comunitario fue mediante una convocatoria de la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (Sibiso), donde exigen ciertos requisitos. A Sibiso le tomó un año aprobar la propuesta de Lleca. Los gastos de instalaciones de gas, sanitarias e hidráulicas, compra de mesas, sillas y ollas no lo gestionó el Estado, sino las integrantes de Casa Lleca. Algunas de ellas, ejerciendo trabajo sexual.
Hoy las cinco mujeres trans que habitan Casa Lleca sostienen el comedor comunitario y reciben una remuneración simbólica, mas no un sueldo. Cocinan, hacen de meseras, cajeras y recepcionistas. Y sirven una comida diaria, generalmente arroz o frijoles, un guisado, tortillas, ensalada; y un vaso de agua.
En la inauguración del comedor comunitario de Lleca se sirvió mole oaxaqueño, un platillo tradicional, emblemático y con alto valor de celebración en ese país. Quien lo preparó fue Carolina, habitante, coordinadora de Casa Lleca y cocinera principal de este proyecto.
“Me siento bien feliz, y la verdad bien orgullosa de la casa y del comedor del que ahora me empleo. Y de ser la cocinera principal. Soy la que le da el toque mágico a la comida porque además soy oaxaqueña y tengo mi sazón. El autoemplearnos es una oportunidad y es muy satisfactoria. Después de no haber tenido nada, aquí no solo tenemos donde dormir sino también donde trabajar. Es un ingreso simbólico pero que significa mucho para todas nosotras”, cuenta Carolina en entrevista con Presentes.
Afuera del comedor hay una fila de personas registrándose y pagando once pesos para comer, alrededor de un dólar.
“Mi forma de cuidar es cocinando con amor porque amor fue lo que encontré en este refugio. Amor para mis compañeras, amor para mí y para Victoria que ha sido un parteaguas en mi vida porque aquí recibí herramientas que el gobierno no me brindó, ya que me orilló al trabajo sexual y a la calle”, expresa Carolina.
Texto y fotos: Agencia Presentes