- A uno de los creadores de la colectiva de hombres trans Transgresores le tocó sobreponerse a las barreras que le impedían ser él mismo desde niño. Joseph Soto conversó con el equipo del Observatorio Venezolano de Violencias LGBTIQ+ sobre su amor por el teatro, el conocimiento y la noción que tiene sobre el duelo a partir de su transición. Esta es su historia
“Cuidado al agacharte”, “no debes hacer gestos bruscos”, “no corras mucho”, “no te ensucies”, “no puedes jugar fútbol”, eran algunos de los comentarios que escuchaba cuando era pequeño. Una retahíla de noes se interpusieron ante un infante que solo quería vivir. Cualquier actitud que saliera de la norma socialmente aceptada por la identidad que se le asignó al nacer era castigada por su familia y por miembros de su entorno. Al entonces infante Joseph Soto le costó sobreponerse a las barreras que le impedían ser él mismo, pero lo logró.
Inquieto, intenso y complejo, así se define él. Desde niño Joseph Soto tuvo claro el trato diferenciado entre niños y niñas: mientras que con los primeros hubo libertades, con las segundas restricciones. Esa situación se intensificó durante su educación primaria y secundaria. Se formó en instituciones de valores cristianos, aunque por ley la educación debería ser laica.
“Fue lo peor que me pudo pasar”, sentenció. Las restricciones se mantuvieron en su vida, y es que en ambas instituciones la religión asociaba el ser mujer con una serie de ideas negativas. A pesar de lo que le tocó vivir, su familia no fue conservadora u odiante del todo, pero tampoco la más deconstruida o avanzada.
“A mi mamá le costó ver que ciertas ‘correcciones’ me hacían daño. Ella no era capaz de ver eso y mi papá siempre fue una figura ausente. Fue una infancia llena de contradicciones con cosas que agradezco mucho, como que se me haya inculcado este amor por el conocimiento por el estudio, la historia y por tener un sentido crítico de la realidad, en mi familia eso se valora mucho, pero en cosas en las que yo siento que debieron tener más cuidado no lo tuvieron”, comentó.
Y es que gracias a esos momentos de amor al conocimiento pudo llegar a donde está hoy en día. Joseph Soto, de 32 años de edad, es un licenciado de Artes Escénicas mención actuación. Vive en Caracas y trabaja en el ámbito creativo publicitario, creando contenido.
“Me considero una persona muy creativa, tengo un gran interés por el tema de la creatividad como herramienta de expresión porque a mi me ha funcionado, por ejemplo, para poner en palabras cosas que me pasan o describir cómo me siento. Creo que el tema de la creatividad viene de la familia. Mi mamá siempre ha sido una persona apasionada por el tema del arte. Yo terminé en el teatro porque desde muy pequeño estuve en talleres de teatro”, expresó Joseph Soto sobre el origen de su vena creativa.
Además del teatro y la música, heredó de su familia el gusto por la lectura, el aprendizaje, el estudio, la problematización del mundo, lo que generó, a su juicio, una tendencia hacia la intelectualidad. Para él, el teatro le permite tener una sensibilidad creativa especial que, a su vez, le permite conectar con el cuerpo para crear y traducir eso en historias y personajes. Su mamá le inculcó esa pasión y ese interés tanto a él como a su hermana, que es actriz profesional, y su familia les impulsaba.
“Me decían: ¿quieres estudiar teatro? Échale pichón. Yo preguntaba: ‘¿de qué voy a vivir?’, y me volvían decir: ‘échale pichón’. Me he dado cuenta que lo idealizaron. No es solamente echarle pichón, es difícil ser artista en este país, lo he comprobado, muy difícil. No sé si en el mundo también. He hablado con otros actores y hacedores de teatro en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa y no es fácil. Aquí la cuestión es más compleja y eso fue lo que me hizo dedicarme a otras áreas”, explicó.
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Joseph Soto se convirtió en su propio referente
La adolescencia lo marcó ya que para él fue turbulenta. Empezó un proceso en el que estuvieron involucrados temas físicos, psicológicos y sociales en el que empezó a buscar una identidad y a definir sus gustos en distintos ámbitos. En sus palabras, fue “la entrada al mundo adulto”. Estudiando en un liceo cristiano, recuerda con lamento esos años de su juventud.
“Fue verdaderamente traumático porque estudié en ese liceo privado por tres años. Era una cosa histérica con la formación religiosa en la institución. Fue casi aprender a odiarme a mí mismo porque era un espacio donde todo lo que tuviera que ver con la diversidad sexual, con goce de la sexualidad o goce del cuerpo, todo lo que saliera de ese ámbito religioso era sancionado o te decían que era pecado”, recordó Joseph Soto.
La posibilidad de vivir una identidad masculina teniendo el cuerpo con características asociadas por la norma a una identidad femenina era algo que no estaba permitido ante su entorno religioso, por lo que guardó su ser en los cajones del inconsciente y no lo quiso reconocer. Aunque enfrentó sufrimiento y un persistente conflicto interno, pudo dar el paso con el pasar de los años.
A los 26 años de edad, luego de una ruptura amorosa de pareja, empezó a acudir a un espacio de psicoanálisis donde pudo abrir esos cajones que pensó que había cerrado de por vida. Y es que desde pequeño él se imaginó como un hombre, con barba. Hasta orinaba de pie, recordó, algo que su madre le corregía con desdén. “Quizás lo que me ocurre tiene que ver con ser una persona trans”, pensó durante sus sesiones en esos espacios.
Sin embargo, aún no daba los pasos definitivos para terminar de autopercibirse. Joseph Soto estudió en la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte), casa de estudios que cataloga como “abierta” y “liberadora” para las diversidades sexuales. Allí conoció a muchas mujeres trans, pero ningún hombre trans. Fue entonces cuando, luego de quitarse las ataduras y abrir los cajones del inconsciente, pudo dar el paso de convertirse en su propio referente y decirse y decirle a los demás: soy un hombre trans.
Reconocerse fue solo el comienzo. El tránsito representó un momento complejo para su familia y entorno, pero él considera que gracias a los lazos de amor, pudo superar las barreras y los procesos. Su innata pasión por el aprendizaje llevó a Soto a responder las preguntas que le surgían en el camino. El miedo era persistente y se preguntaba: “¿estoy loco? ¿esto es posible? ¿Hay cuerpos que han podido tener lo que yo deseo?”, y sí, fue posible.
“Es un tránsito que, en mi experiencia, nunca termina porque uno siempre se va topando con cosas nuevas. Lo que yo era antes de iniciar el tránsito hace siete años, no es lo que soy ahora. He vivido un montón de cosas positivas y negativas. Cuando uno decide dar un paso como ese es un momento para dedicárselo a uno mismo, para entenderse y permitirse la posibilidad de cuestionarse y de buscar gente que pueda ayudarte”, agregó.
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Los primeros vestigios de discriminación
Siendo joven empezó a desarrollarse en el activismo político, principalmente como artista y cultor, ya que se dedicaba al teatro. En ese entonces, dio clases de teatro de calle y luego formó una agrupación, de la que fue director, con la que giró por algunas partes del país y con la que tuvo la oportunidad de exponer su arte en el exterior. Recuerda que cuando trataba de hablar sobre su vida en esos círculos, era menospreciado en esos entornos porque siempre otras cosas “eran más importantes”.
“Es impresionante que, con la gente con la que trabajas codo a codo, con la que chambeas día a día por construir una sociedad más humana y sensible y menos desigual o belicosa, es la que te discrimina. Yo compartía con compañeros que querían ponerme como su secretario o que les llevara el café, también querían explicarme cómo era la actuación”, recordó Joseph Soto.
Otro momento de discriminación lo vivió durante una reunión vecinal en su comunidad. En ese momento estuvo acompañado de su familia. En la habitación había una persona fundamentalista religiosa que aseguraba que los problemas, como la falta de electricidad en la comunidad, era culpa de “las lesbianas, las putas y los maricos”. Él se sintió ofendido y se defendió.
A esos dos hechos se les suma los que él y otros chicos trans viven en el país diariamente. Como los altercados con policías, en los que al ser abordados por funcionarios y se les solicita la cédula de identidad, se exponen a la discriminación debido a la falta de avances legales en la materia de identidad de personas trans, ya que el Estado no reconoce las identidades trans.
“También está el tema de la salud. Por eso digo que es importante estudiar. Me sirvió muchísimo leer sobre hombres trans. Cuando me fui interesando en hacer la transición hormonal, revisé los protocolos de otros países. Aquí me topé con especialistas que me trataban mal. No me querían atender, hasta que finalmente encontré apoyo en organizaciones”, explicó Joseph Soto.
“Queda hacernos nuestras propias redes de apoyo”, señala. Allí destaca la labor de distintas ONG que acompañan a personas que han sido discriminadas y violentadas. Fue así como en 2018, en la búsqueda de responder sus propias preguntas y apoyar a otros, creó junto a otros compañeros Transgresores, una colectiva de hombres trans que buscó llevar a la conversación colectiva los temas que les afectaban.
Sobreponerse al duelo para seguir
Con la pandemia por covid-19 las actividades de la colectiva Transgresores fueron decayendo hasta que cesaron por completo. “El activismo ya es parte de mi carácter. El tema de trabajar y poner voluntad, alma y esfuerzo por un mundo más justo es lo mío, por lo que he seguido contribuyendo de alguna u otra forma”, subraya Joseph.
Para él, los momentos de inspiración en un contexto adverso no llegaron de la nada, si no del trabajo, organización y la metodología. Ha podido vivir de lo que le gusta. Aunque le recomendaban que se fuera del país, él decidió quedarse. El poder acceder al tratamiento hormonal por sus propios medios, acudir a terapia y hacerse cargo de su propia vida han sido algunos de sus más grandes logros, que contrastan con la pérdida de personas y oportunidades.
“El tránsito me familiarizó con el duelo. Cuando transitas, pierdes algo. A mi me tocó perder una identidad. La persona que era antes, no es lo que soy ahora. No pude seguir dedicándome al teatro porque era muy difícil mantener el ritmo de vida en ese momento con la transición. Yo me sentí en el aire”, subrayó Soto.
Para él nunca se deja de transitar, siempre se aprende con algo nuevo y espera toparse con cosas nuevas. “Esta lucha en un principio se trata de ser. El tránsito va más allá y tiene que ver con quiénes somos y el tipo de persona que queremos ser”, destacó. No espera compartir su complejidad con todos pues aspira juntarse con quien esté abierto a debatir y conversar sobre lo que ocurre en el mundo o sobre cómo funciona el ser.
“Me tocó despedirme de gente que no sumaba, que no entendía el tránsito, me cuestionaban, o tenían una visión machista del asunto. Soy valioso, mi identidad es arrecha y le he puesto demasiado empeño y trabajo a esto para que me digan que soy contra natura. Pienses lo que pienses yo existo, yo soy, estoy aquí”, sentenció Joseph Soto.
En su opinión, la falta de voluntad política el restarle importancia al tema ha impedido que se avance en reconocer los derechos LGBTIQ+ en el país. Explicó que desde el Estado se les pone en situación de vulnerabilidad a través del conservadurismo y el desconocimiento. Agregó que la falta de políticas públicas y los enlaces de gobierno con las iglesias cristianas tendrán un costo enorme para la sociedad en términos culturales, sociales y políticos.
A pesar del panorama en el que vive, espera dejar huella y que otras personas puedan encontrar un pequeño espacio donde reflejarse o identificarse. En los últimos meses se ha planteado plasmar parte de sus experiencias en un libro, no solo sobre su tránsito, sino también sobre otras áreas, como la amorosa.
“El hecho de ser trans es solo un pedazo de mi vida, pero no lo es todo, ni determina mi ser. Soy mucho más que un hombre trans. Si nos dejamos llevar por afirmaciones que indican que no voy a vivir más de 35 años de edad, la vida se nos va a volver una angustia permanente. No podemos conectar solo con lo malo. Eso no significa que no podamos desarrollar otras áreas en nuestra vida”, expresó Soto.
Queda mucho trabajo por hacer, concluyó Joseph Soto. Si él pudiera retroceder el tiempo y hablarle a ese niño indefenso limitado por los noes se diría: “no eres tan débil ni estás tan mal como crees. Lo que eres, vale, no es algo negativo, tienes derecho a ser feliz y de disfrutar las cosas que te gustan”. Ahora conserva la irreverencia de su juventud y con fortaleza sigue su vida, labrando su propio camino cargado con un morral de experiencias. Así como logró superar las barreras en sus primeros años de vida, tiene la fe que podrá superar cualquier obstáculo que se le presente. Detenerse y callar no es una opción.
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