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Leonel y el largo tránsito del campo a la ciudad: “que el qué dirán no te impida el realizar tus sueños”

  • Para conmemorar el mes del Orgullo LGBTIQ+ el Observatorio Venezolano de Violencias LGBTIQ+ creó el seriado de entrevistas Voces diversas en donde se conversó con personas LGBTIQ+ para visibilizar sus vivencias y dignificar sus historias. Este es el testimonio de Leonel, quien se abrió paso en su natal Monay como campesino para poder migrar a Caracas y cumplir sus sueños

Creció entre matorrales y ganado. El trabajo agrícola formó parte de su vida desde que era muy pequeño. Cada día, antes de empezar la faena, se arreglaba lo suficiente para lucir “bien” y, para “no oler mal”, se echaba crema corporal. “Huele a mujer”, le decían algunos de sus 30 compañeros de trabajo antes de que se montara al camión que los llevaba a la finca. Él solo callaba o reía.

Ya listos, todos se dirigían a sus puestos para trabajar la caña, la piña, el café y el cacao, empezando así una larga jornada que solo terminaba cuando el sol se iba. Así transcurrieron los primeros años de vida de Leonel (*) antes de que tomara la decisión de mudarse a Caracas. 

Ahora, radicado en la ciudad, Leonel recuerda con cariño su infancia y juventud en el municipio campesino Pampán, conocido como Monay, en el estado Trujillo, en Los Ándes venezolanos. Con 32 años de edad, en la actualidad se dedica al área cosmética y de imagen, específicamente realizando trabajos de manicura, pedicura o estilismo de cabello o de vestuario, conocimientos que ha adquirido de manera autodidacta.

“Vengo del campo, que es muy diferente a la ciudad, donde en mi casa aún en este momento no hay Internet, no existe. A pesar de venir a una sociedad diferente de la que yo crecí, aún no teniendo un grado de instrucción muy elevado, he salido adelante con el apoyo primordial de mis padres y algunos amigos o conocidos”, destaca Leonel.

Así como otros, él se bañaba en ríos, jugaba metras, trompo, tocaito, salto del mono o carreras de cauchos en los canales de las haciendas cafetaleras. A Leonel le gustaba trabajar en familia y con amigos. Hacían “careos” o apuestas para determinar quién era el mejor cortando el césped o agarrando mazorcas de maíz. También competían por ver quién recogía primero el ganado o quién agarraba una gallina piroca primero para ganarse un helado en la casa de su abuela. 

“Allí llegó la fresita de la casa”, le decían con desdén. Sin embargo, siendo niño reconoce haberse dado “piquitos”, con sus amigos o amigas e indica que desde siempre se sintió atraído por personas del mismo sexo, en especial los hombres. “Soy el único homosexual de la familia, yo siempre he destacado en el campo y allá dejé bien puesto mi nombre”, sentencia Leonel.

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Leonel y su sueño de entrar a la Marina

A pesar de la latente homofobia y el machismo que le rodeó, recuerda su infancia como una época alegre y dinámica. Creció rodeado de 19 hombres y unas pocas mujeres. Tenía 4 hermanos y otro tanto de primos y sobrinos que ayudaban a su papá a cultivar y trabajar la tierra. Estudió hasta los 11 años de edad ya que las largas jornadas en la finca le impedían continuar. Cuatro años más tarde, con mayor conciencia, confirmó que deseaba mudarse a Caracas para poder vivir con más libertad su vida y su sexualidad.

A los 15 años de edad se propuso una meta: entrar a la Marina. Trató de continuar sus estudios en la Misión Robinson, para poder culminar la educación primaria y estar apto para asumir esa nueva meta. Terminó sus estudios de cuarto, quinto y sexto grado en poco tiempo y luego trató de hacer la Misión Ribas, para continuar con su ciclo de bachillerato, pero no pudo ya que debía trabajar en el campo para poder costearse la vida y apoyar en su hogar.

Él trabajaba tres días y estudiaba otros tres días. Al terminar y al ver su desempeño, Leonel también pudo apoyar a otros estudiantes. “De allí nació ese instinto de decirme: ‘Leo, ves lo que estás haciendo, estás hablando, te estás desenvolviendo, tú puedes’”, recuerda. En el interín de todos esos procesos, recibía el apoyo de su familia, en especial de sus abuelos.

“Quería ser alguien al que tomaran en cuenta en la sociedad, no solo en el campo”, señala Leonel sobre esos años. Antes de cumplir los 18 años de edad se dedicó a trabajar y estudiar lo suficiente para poder irse a Caracas y seguir su meta.

“No le había dicho a mi mamá que era homosexual, que me gustaban los chicos y las chicas. Cuando cumplí 18 años, tres días después, le dije que me venía para Caracas. Un 19 de julio a las 9:45 pm le dije que me iba para allá y le dije que me gustaban los chicos y las chicas”, explica Leonel.

Su madre quedó “traumatizada”, según comenta, pero no había marcha atrás. Una vez en Caracas recibió el apoyo de unos familiares y buscó materializar su meta de estar en la Marina. Pero no fue lo que esperaba, entre las “vulgaridades” y acciones irrespetuosas que presenció se vio obligado a retirarse. Además, luego de que se le realizó un chequeo psicológico se determinó que era una persona bisexual y decidió darse de baja voluntariamente.

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“Nadie quiere ver sonrisa en cara ajena”

Posteriormente, debió replantearse lo que quería hacer con su vida y se dedicó a explorar otras áreas. Trabajó en una panadería, luego fue ayudante de cocina en otro espacio. “Echa para adelante, no importaba que me digan marica, cuenta conmigo, sigue adelante. Nadie quiere ver una sonrisa en cara ajena”, le decía un primo para darle ánimos. En ese explorar reconoció que le gustaba el área de estilismo y cosmética.

“Bueno, así como tiene para tomarse una botella de miche, deje eso y compre una pintura de uña”, le dijo un amigo. Fue ese mismo amigo quien lo ayudó económicamente a empezar como manicurista. Así Leonel fue creando sus propias oportunidades en esta nueva ciudad. Ocho meses después de haber empezado su nueva vida en Caracas, decidió regresar a Trujillo para estar con su madre porque se enfermó. Al volver a su natal Monay trabajó nuevamente en el campo para recolectar dinero para pagar su habitación en Caracas.

“Mi hermano decía que no quería tener un hermano marico, que prefería matarlo. Al regresar  8 meses después, a ese carajito que le decían ‘guajirito’, llegó con las cejas laminadas, las mechas y más ‘delicadito’. Fui a donde mi abuela, agarré una soga y luego fui a donde mi hermano, que estaba durmiendo porque venía de trabajar. Le dije: ‘allí tienes, para que me guindes, ya que no quieres tener un hermano marico’. ‘Déjame dormir’, me respondió”, recuerda.

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En el proceso de aceptarse como una persona LGBTIQ+ aceptó que recibió comentarios discriminatorios, pero también el apoyo y la guía de personas que le ayudaron a transitar parte de su vida. “Sí tenía algunos encontronazos con algunos conocidos que me hacían comentarios como: ‘maricón’, ‘que se echó a perder la familia’, ‘qué desgracia’, que no los hacían en frente de mi. Era muy volado, porque se me hacía fácil caerle a golpes a quien sea, pero cuando uno aprende a conocerse, mejora”, recuerda.

La vida ha llevado a Leonel a mejorar su temperamento, pero eso le ha tomado años de introspección. “Me conocen como una persona trabajadora, servicial y que le gusta ayudar al que no tiene”, dice Leonel. Aunque en ocasiones se sentía mal, recibía apoyo de personas importantes para él, como una exprofesora que lo impulsó a hacer nuevas cosas.

Una de las cosas que aprendió en Caracas fue a bailar, por lo que decidió trasladar sus conocimientos a clases personalizadas en su tierra natal. Era poco lo que se bailaba en Monay en aquel entonces, pues predominaba el merengue campesino. La bachata o la salsa no se bailaba tanto, por lo que Leonel decidió crear unas clases de baile para enseñarle a hacerlo a su comunidad.

Las clases las daba principalmente a jóvenes en un espacio comunitario y también las daba de manera personalizada. “Usted, muchacho loco, acuéstese a dormir que mañana tiene que echar machete”, le decía la mamá al Leonel emocionado, que estaba preparando sus clases. Esa emoción lo llevó no solo a dar clases de baile, si no también a preparar a grupos escolares para competencias regionales y a trabajar armando las coreografías de quinceañeras en su pueblo.

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De Monay a Caracas, y luego a Colombia

Al tiempo cayó en cuenta que estaba viviendo la vida que en algún momento soñó y que el migrar a la ciudad le brindó oportunidades que no consiguió en su región. Para él fue un choque el salir del campo a ver muchos edificios, según comenta. Sentir el alto costo de la vida también, pero para él, ese esfuerzo valía la pena.

“Para mí fue impactante, pero sabía que tenía que seguir aquí. Mi mamá quería tener sandalias bonitas y el cabello fabuloso. Yo le daba ese gusto. Quería tener blusas y quería que se viera bella porque trabajo con la belleza”, destaca, pero reconoce que en su natal Monay deberían existir las mismas oportunidades.

Pese a la aparente prosperidad que abundaba en su vida en 2022 tuvo que volver a migrar, pero esta vez fuera del país. Se fue a Colombia en la búsqueda de mejores oportunidades y recursos para ayudar a sus padres que volvieron a  enfermarse. Trabajó en Bucaramanga, donde adquirió mayores conocimientos sobre el área estética, como la manicura. Vivió en ese país por varios meses mientras ahorraba algo de dinero.

Estando fuera de Caracas continuaba pagando su habitación, pero al volver tuvo problemas con su arrendataria que lo llevó a tener que mudarse. Y reinventarse nuevamente. “Mi mamá dice, si una persona que no ve le da gracias al día, si una persona que no camina o no tiene manos sale a trabajar, ¿por qué usted no va a salir adelante?”, le decía a Leonel su mamá.

La montaña rusa de situaciones que vivió también lo afectó cuando tenía relaciones sexoafectivas. De hecho, señala que en agosto de 2023 conoció a quien sería su pareja posteriormente. En un principio señaló que todo iba bien, pero de repente la actitud de él cambió completamente y llegó a violentarlo. A Leonel le costó salir de esa realidad, y ahora teme volver a enamorarse y que salga herido. Pero sigue creyendo en el amor.

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La vida como escuela

Leonel hace una analogía para hablar sobre la bisexualidad y el cómo vive ahora siendo un hombre bisexual. Para él, las personas son como tazas de café. Si esa taza está preparada, se puede tomar. Invita a quienes están en su proceso de exploración a autoanalizarse y reflexionar sobre sus propias experiencias y gustos.

“Nosotros los bisexuales somos una taza preparada lista para degustar. Quien no está preparado, teme a ser expuesto primero por el qué dirán, pero no es solo eso, es cómo usted va a asimilar eso y cómo lo expondrá a la sociedad. Puedes ser discriminado y rechazado, que te puede afectar y traumar o llevar a que te quites la vida, pero si tú tienes un apoyo incondicional de quien te pueda fortalecer o abogar por ti, creo que puedes salir adelante”, explica.

En ese salir adelante se le viene un nombre a la mente: Lady Gaga, una cantante ícono de la comunidad LGBTIQ+ y que lo inspiró en su momento a pintarse el cabello de rubio y a seguir con su vida. Gracias a ese referente y parte del apoyo de su familia y amigos pudo salir adelante a pesar de haber crecido en un entorno altamente machista.

“Ella era un cero a la izquierda en una oportunidad, porque ella quería plasmar un proyecto distinto. La música y los vestuarios eran distintos a lo que se hacía hasta entonces. Ella me inspiró a mí y todavía me encanta. Yo me veo en ella, porque en algún momento dijo en una entrevista: ‘que el qué dirán no te impida el realizar tus sueños’. Así como una semilla se siembra, tarde o temprano los frutos salen a la superficie”, subraya Leonel.

Ahora que ha logrado establecerse en Caracas sin contratiempos, señala que se siente en paz consigo mismo. Invita a las personas a buscar ayuda cuando la necesiten. Para él, el refugiarse en la nada no lleva a solucionar los problemas. Señala que gracias a los tropiezos y las enseñanzas, ha podido seguir adelante.

“Me encantaría tener recursos para montar un salón de belleza donde pueda brindar y apoyar, aún sin costo a aquellas personas que realmente quieran salir adelante. Aportar ese granito, porque si lo han hecho conmigo, debo agradecerle a los demás. Me encantaría tener ese espacio donde pueda dialogar, escuchar, conversar, apoyar y guiar a esas personas que están solas y necesitan esa mano amiga. Me siento fortalecido porque he cambiado y reforzado emocionalmente”, concluye Leonel.

Leonel continúa su vida haciendo lo que le gusta y abrazando su pasado lleno de experiencias que lo nutrieron como persona. Mirando en retrospectiva señala que, aunque no pudo culminar su ciclo de estudios, el largo tránsito del campo a la ciudad lo llevaron a aprender sobre vivencias y situaciones que al igual que pudo hacer un salón de clase, lo hicieron nutrirse de conocimientos que lo hicieron ser el hombre que es hoy en día.

(*) La identidad de Leonel fue protegida para preservar su privacidad e integridad, por lo que solo se conservó su nombre de pila para este texto periodístico. Leonel fue uno de los beneficiarios de los servicios de la Unidad de Atención Psicolegal del OVV LGBTIQ+ en 2023.

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